Psicología sistémica y Coaching

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¿Pedir o exigir?

Quién pide, espera recibir. Para pedir hay que haberse ganado el derecho a hacerlo y una ley sagrada que nos enseña la vida es que cuando se rompe el equilibrio entre el recibir y el dar, tarde o temprano aparecerá un conflicto en la relación entre donante y receptor. En una relación de pareja, este equilibrio es esencial. Una pareja se fortalece cuando se genera una relación recíproca equilibrada entre el recibir y el dar. Dar siempre genera deuda en el otro, y puede pasar que la deuda acabe siendo tan grande que el deudor sea incapaz de saldarla y opte para retirarse de la relación. A menudo, quien da más y se queja de una situación de desequilibrio, cree que no puede hacer nada para cambiar las cosas. Y sí que puede hacer: dar menos y tener más cuidado de sí mismo. No hacerlo, perpetúa el desequilibrio.

Pero hay otras relaciones que son desequilibradas por naturaleza: como la de los hijos y padres. Los primeros no pueden dar nunca en la misma medida que reciben de los padres. Es ley de vida también. Del mismo modo nos pasa a todos respecto a la Madre Tierra. Ella siempre nos dará mucho más. Pero este dar –o mejor dicho, nuestro recibir– también tiene un límite. Hay un recibir responsable y otro que no. La situación medioambiental que sufrimos lo demuestra. Esto también pasa con los hijos. 

El síndrome del “pequeño tirano”, con baja tolerancia a la frustración, es una realidad preocupante en muchos casos. La adolescencia es el momento en que acostumbra a estallar este síndrome y crea situaciones difícilmente sostenibles. La sobreprotección de los padres hacia los hijos es la causa principal. Permitimos la exigencia, en lugar de la petición, y un exceso de indolencia. Crear una “cultura familiar de petición” comienza en la propia relación entre padres. Si existe equilibrio entre ellos, es mucho más fácil que con los hijos no se adopten posturas excesivamente desequilibradas.

Pedir pasa a ser una exigencia cuándo:

  • Lo hacemos de manera poco amable,
  • sin agradecer aquello que puedo recibir,
  • olvidando que la petición puede no ser atendida –en este momento o nunca– por circunstancias que no dependen de mí,
  • haciendo la petición cuando a mí me da la gana, sin considerar si es el mejor momento para quien tiene que escucharla.

Crear esta “cultura de petición” es sembrar semillas de concordia y orden. Aunque es absolutamente compatible con el amor, para educar con valores a los hijos hace falta algo más que amor. Hace falta también perseverancia, inteligencia y tiempo.

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