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Orgullo o dignidad

El enamoramiento tiene fecha de caducidad. Según estudios realizados recientemente, el enamoramiento -en su máxima intensidad- no suele ir más allá de los novecientos días. Evidentemente, esta es una fecha estadística y no necesariamente debe tener que ver con tu caso. Y, por supuesto, una cosa es el enamoramiento (con las alteraciones fisiológicas y psicológicas que conlleva, algunas muy agradables) y otra cosa es el amor, que va mucho más allá del primero.

El enamoramiento es un estado que ayuda a mantener la relación y a fortalecer el amor que uno siente hacia el otro; pero si el amor no ha generado un vínculo suficientemente fuerte, cuando decae el enamoramiento, a menudo comienzan a aparecer otros sentimientos y conductas nuevas que van generando un distanciamiento creciente entre la pareja. Los reproches empiezan a ser frecuentes y el cuidado y la atención que teníamos hacia nuestra pareja decae

Cuando una pareja pide ayuda psicológica, porque quieren reconstruir el afecto y la comunicación, me encuentro a menudo que se ha instalado en su corazón un sentimiento muy peligroso y que en nada les ayuda a recuperar la confianza perdida: el orgullo.

El orgullo se evidencia porque no reconocemos los errores propios, nos mantenemos tozudamente enrocados en nuestro particular punto de vista, dejamos de escuchar y llega un momento que nos importa poco o nada lo que el otro siente. Entonces se pierde el respeto mutuo. El orgullo es hermano de la soberbia, porque se considera poseedor de la verdad. Desafortunadamente, éste es un camino que siempre hace bajada y que cuesta mucho remontar, sobre todo porque se pierde la dignidad.

La dignidad nos hace generosos, respetuosos y responsables. La dignidad evita que se instale el orgullo, en uno mismo y en el otro, porque pone límites al trato irrespetuoso y exige un trato digno.

Sin dignidad no puede existir una relación equilibrada y amorosa. A menudo la falta de autoestima permite que el otro me maltrate. Es el miedo al abandono. Cuando actúo con dignidad me respecto a mí mismo y a los demás. El amor siempre empieza en uno mismo.

La dignidad es valiente, sabe que la felicidad no depende del otro, ya que se hace responsable de su propio destino. En cuanto al bienestar del otro, colabora, pero no se erige en salvadora de nadie. Sin dignidad no puede haber una comunicación madura, asertiva y equilibrada, porque nos hace pequeños y sumisos o -si reaccionamos orgullosamente- prepotentes y altaneros.

Recuerda: la humildad es compatible con la fortaleza. No necesitamos pisar a nadie para proteger nuestra dignidad, y menos a la pareja. El respeto actúa como un espejo y favorece un trato similar del otro.

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