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Las cuentas bancarias emocionales

Los miembros de la familia interactúan y se relacionan unos con otros. Estas relaciones, como animales mamíferos que somos, guardan con las emociones. Hace décadas, el coeficiente intelectual era el mejor predictor del éxito profesional de una persona. Hoy día, sin embargo, sabemos que la buena gestión de las emociones -la inteligencia emocional- es la clave para alcanzar el bienestar personal, que abarca el ámbito profesional, pero también el social, el familiar y el privado. Por eso es tan importante que nuestros hijos aprendan a gestionar eficientemente las emociones. La inteligencia emocional es el mejor antídoto contra la frustración y el desánimo y nos ayuda a elegir la mejor de las opciones posibles. Si los hijos se reflejan siempre en los padres, es necesario que éstos sean unos buenos gestores de las emociones propias. La paciencia, hablar con serenidad, empatía y capacidad de escucha son señal de esta inteligencia emocional.

Un concepto clave en inteligencia emocional es el de cuentas bancarias emocionales. ¿Qué significa esto?

Cuando una persona se relaciona con otra, la comunicación genera un impacto emocional. Según qué decimos y cómo, aumentamos la confianza o generamos desconfianza en el otro, herimos sus sentimientos o reforzamos su valía, etc. Y es que cada palabra, cada mirada, cada gesto es un depósito o un reintegro que hacemos en la cuenta emocional de la persona con la que nos relacionamos. La suma de depósitos emocionales menos los reintegros emocionales es el saldo, el grado de CONFIANZA que inspiramos a la otra persona.

Reintegros son, por ejemplo, un insulto, una falta de respeto, un grito, una crítica, un desprecio … ¿Y depósitos? Aquí van unos ejemplos:

  1. Amabilidad: Es la mejor manera de demostrar que la otra persona nos importa. La amabilidad respeta, no juzga, escucha y ama.
  2. Cumplir las promesas: ser congruente con lo que decimos hace que el otro confíe en nosotros. Una persona que no hace lo que dice, inspira desconfianza.
  3. Pedir disculpas: ¡Cuanto nos cuesta, a veces, a los padres reconocer que nos hemos equivocado! Si sabemos pedir disculpas y decir «lo siento», enseñamos a nuestros hijos a reconocer también sus errores. La disculpa es la vacuna contra el orgullo.
  4. Perdonar: el perdón ofrece a la otra persona una nueva OPORTUNIDAD y la ayuda a ser responsable, liberándolo de la culpa, uno de los sentimientos más destructivos que existen.

Si todo esto lo aliñamos con una buena dosis de sentido del humor -que no sarcasmo-, las cuentas bancarias emocionales de la familia siempre estarán en superávit y respiraremos confianza mutua.

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