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La pareja: Un juego de adultos

En la vida, cuando nos relacionamos con otras personas, adoptamos un rol, un papel y no siempre el mismo. Hay ocasiones en que nos mostramos como benefactores generosos y comprometidos; otras veces como jueces implacables; otras como víctimas o déspotas… En una relación de pareja también podemos mostrar diferentes caras y actitudes. Adoptar un rol u otro implica determinar las reglas del juego: yo haré de protector y tú de vulnerable, o yo de niño y tú me cuidas… Es evidente que éste no debería ser un juego competitivo, sino colaborativo; aunque en la práctica entramos a menudo en disputas para ver quién tiene la razón.

Una relación de pareja, para que sea un espacio de crecimiento personal compartido, requiere que ambas personas se miren desde un plano de igualdad y dignidad, sin orgullo y sin que nadie se sienta más que el otro. Esto significa relacionarse desde una posición de adulto. Adoptar tal rol implica ser responsable de las decisiones pasadas y presentes que han construido y construirán mi destino, al tiempo que tratar al otro como una persona autónoma y libre.

Según Erik Berne, básicamente hay tres posiciones o estados desde los que podemos relacionarlos con la pareja (y, por supuesto, con cualquier otra persona). Desde el PADRE, bien en la vertiente protectora o normativa; desde el NIÑO, que puede ser rebelde, sumiso o espontáneo/creativo; y desde el ADULTO.

Cuando un miembro de la pareja se coloca en una posición de superioridad (bien con una actitud protectora o correctora) mira al otro como una persona indefensa o ignorante que es necesario proteger o llevarla por el “buen camino”. Cuando adopto una posición de inferioridad (por irresponsabilidad, vulnerabilidad o falta de compromiso), exijo al otro que cuide de mí y me salve. Ambas posiciones aportan desequilibrio, desigualdad de trato y terminan generando deuda y desafección, al menos en uno de los dos. A la larga, este juego acaba dañando la relación y lleva a la ruptura (o al menos, a la infelicidad y a la frustración).

En cambio, cuando puedo considerar cuáles son mis necesidades y deseos, teniendo en cuenta a la vez los de la compañera o compañero, con una actitud de GANAR/GANAR, estoy adoptando la posición de adulto y puedo mirar y tratar al otro con amor y dignidad. Vivir desde el adulto requiere flexibilizar mis normas y creencias internas (PADRE); al mismo tiempo, reconocer mis heridas infantiles y mis caprichos (NIÑO) para no reaccionar de forma irresponsable. Porque, en definitiva, ¿qué quiero: tener la razón o tener una relación?

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