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El árbol de la vida

Cada familia dispone de una contabilidad propia donde se registran las experiencias vividas y no vividas por sus miembros, generación tras generación: anhelos, traumas, éxitos, fracasos… Todo el mundo, por el hecho de pertenecer a una familia lleva grabado de forma inconsciente este registro. El árbol genealógico sería algo similar a un extracto bancario, donde queda constancia de los ingresos y débitos que cada miembro de la familia ha hecho.

Nosotros no somos lo que somos por casualidad. Tenemos una manera de ser marcada por la herencia transgeneracional y biológica que hemos recibido a través de nuestros padres, pero que se remonta muchas, muchas generaciones atrás.

En las culturas ancestrales era muy habitual conocer la historia de los antepasados y honrarlos. Tradicionalmente se sabía que aquello que se honra te bendice. El día de Todos los Santos es una solemnidad cristiana que recoge esta tradición ancestral, con el fin de honrar la memoria de los que nos han precedido. Por desgracia, el verdadero significado se está perdiendo y en su lugar nos hemos inventado una fiesta de fantasmas y miedo, Halloween, que nada tiene que ver con el sentido original de la celebración. 

Hoy en día hay un culto exacerbado al individualismo. Las familias están tan marcadas por frustraciones y luchas que a menudo algunas personas giran la cara a su familia de origen, con la creencia –ingenua– de qué aquello que no se mira no afecta. Pero esto no es así; pertenecemos a la familia hasta el último día de nuestra vida y, para avanzar hacia el futuro, es conveniente tener el pasado muy ordenado. La rabia y la crítica hacia nuestros padres y ancestros es un lastre en la vida, que dificulta tener éxito, bien sea en el ámbito profesional, de pareja o familiar. Cuando tenemos ciertas dificultades que se repiten a lo largo de nuestra vida fácilmente puede ocurrir que llevemos un “programa” familiar inconsciente que nos boicotea.

Sanar nuestro árbol genealógico “interno” es una necesidad para un mismo y también para no traspasar “programas” nocivos a las generaciones posteriores; asimismo, para aprovechar la fuerza y los recursos de nuestros antepasados.

Preguntaos qué saben vuestros hijos de sus antepasados, abuelos, bisabuelos… Una actividad que recomiendo es que construyáis el árbol genealógico familiar y expliquéis a vuestros hijos cómo vivieron sus antepasados; buscad fotos, imágenes, episodios de vida que hagan referencia a estas personas. Los secretos, aquello que no se dice o se esconde, tiene un poder más grande del que pensamos. Hay que llevar luz al árbol familiar, para que éste nos ilumine. A nosotros y a nuestros hijos.

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