Aquello que no conocemos no podemos amarlo plenamente. Muchas veces creemos amar sin reconocer la naturaleza intrínseca de la otra persona y, en definitiva, sin aceptarla. Esto nos pasa a menudo con los hijos y también con la pareja. Entonces la relación afectiva se vuelve un intento de cambiar al otro, porque pensamos que nuestra manera de hacer, de pensar y sentir es mejor.
Un bebé, cuando llega a este mundo, ya lleva una determinada carga genética y ha recibido y recibirá toda una herencia experiencial -a través de los padres- que viene del sistema familiar al cual pertenece. Un bebé no es un libro en blanco, sino que llega con unas cuántas páginas ya escritas. Y este ser, tan único y excepcional, que tiene una naturaleza intrapsíquica propia, será confrontado con las expectativas de los padres y de la sociedad, que le dirán qué tiene que hacer y cómo tiene que pensar, muchas veces de manera contraria a su propia naturaleza.
La educación es evidentemente necesaria, para aprender a gestionar las propias necesidades y compatibilizarlas con las de los otros, que no siempre coinciden. Pero una educación también puede ser represora, cuando no considera las capacidades innatas del individuo. Querer dar a todos los niños la misma educación y en el mismo momento, sin respetar las cualidades internas propias y el ritmo que cada cual necesita, es a menudo educar para la frustración. Sin duda, en los centros de enseñanza hay una carencia de recursos humanos para poder ofrecer una educación libre y respetuosa, que atienda las necesidades y características propias de cada niño.
Los hijos no han venido a este mundo a cumplir las expectativas de sus padres. Ellos tienen un camino propio que descubrir, transitar y experimentar. Comprender a los hijos y su propia naturaleza, es imprescindible si queremos educarlos con amor y al mismo tiempo respeto. Por ejemplo, a menudo la hiperactividad de los padres acaba convirtiéndose en molesta hiperactividad de los hijos. En estos casos, si estos niños explicaran qué necesitan, quizás pedirían unos padres más tranquilos y próximos.
Un individuo tiene unos rasgos caracterológicos propios e innatos y otros que irá adquiriendo mientras crece, fruto de la educación recibida. Si estos últimos no respetan los primeros, el niño irá acumulando frustración y rabia, que puede generar en carácter sumiso o, por el contrario, muy desafiante para la familia.
Las personas construimos nuestra personalidad según diferentes ejes (hay más de un modelo):
- Libertad – Control
- Racionalidad – Visceralidad
- Iniciativa y liderazgo – Trabajo
- Materialidad y posesiones – Experiencias y vínculos
- Individual – Grupal
- Extraversión – Introversión
Si comprendemos a nuestro hijo según estos ejes, más allá de nuestras expectativas, podremos ofrecerle una educación más singular, potenciadora y respetuosa.