Hace unas semanas tuve la suerte de asistir a la presentación del documental de Ferran Latorre “Cerrando el círculo”, célebre escalador y alpinista catalán, donde presenta la historia de cómo consiguió realizar aquello que soñó cuando era adolescente: conquistar el Everest. De hecho, este sueño lo llevó a conquistar no solo esta cumbre, sino los 14 ochomiles del planeta y a convertirse en un referente del alpinismo catalán. Ferran destacaba que, en la vida, para cumplir los sueños más osados, hacen falta dos cosas: amor (que yo entendí como pasión por lo que haces) y curiosidad.
A lo largo de su niñez un niño aprenderá muchas cosas. Su cerebro está diseñado para aprender, porque el sistema neuronal no nace formado por completo, sino que va creando constantemente nuevas redes neuronales. Aunque este proceso es un mecanismo de pura supervivencia (los nuevos conocimientos nos hacen cada vez más autónomos y más aptos para sobrevivir), también permite al ser humano evolucionar y descubrir la manera de ser más feliz. Por eso, podemos decir que un niño es indefectiblemente un explorador nato.
Un explorador es una persona curiosa. Y un niño lo es desde que nace. Explora con la boca al principio, la mirada se añade pronto y poco a poco irá incorporando las manos, cada vez más diestras. También aprenderá a andar para llegar antes a los lugares y allí donde no llega gateando. Es un acto instintivo que demuestra la voluntad de saber.
Pero, lamentablemente, muchos padres cortan esta curiosidad innata en sus hijos porque los molesta “perder” tiempo dando respuestas o por miedo a no poderlos proteger si se atreven en aventuras que los alejen de mirada. Por otro lado, ya he comentado muchas veces que la sobreprotección es una estrategia que limita el desarrollo natural de los hijos y los vuelve inútiles, dependientes o frustrados, o todo al mismo tiempo. Después, la sobreprotección, pasará factura en la adolescencia de mil y una maneras, pero ninguna agradable.
Hay que fomentar esta curiosidad innata de los niños, premiando su esfuerzo y deseo para conocer, no reprimiéndola. La curiosidad abre la mente y facilita el aprendizaje. Sin ella, todos los adelantos que ha hecho la humanidad hubieran estado simplemente consecuencia del azar. Tal vez, si perdemos la curiosidad para conocer nuevas cosas, estamos algo menos vivos.
¿Y cómo la podemos fomentar? Pues dedicando tiempo a satisfacer los afanes exploratorios del niño, también a través de los juegos, los cuentos u ofreciéndolos sorpresas, actividades y experiencias nuevas e inesperadas. No los atéis con una cuerda rígida, sino acompañadlos siempre con una goma elástica que les permita explorar y volver a casa cuando lo necesiten.