La mentalidad del ser humano está cambiando, lo que significa que los valores, las creencias y el sentido de la identidad ya no son los mismos que en épocas anteriores. La estructura social piramidal, jerarquizada, está dando lugar a otras maneras de relacionarnos con nuestros congéneres. De aquí que el estilo de liderazgo vertical, rígido y despótico sea abandonado, incluso en el mundo empresarial, y vamos hacia un liderazgo más horizontal, más cooperativo.
El individuo idiosincrásico está ganando terreno a la masa amorfa e impersonal. Cada vez la humanidad se aleja más de la sociedad de la hormiga o la oveja, donde el individuo es un ser anónimo y gris, y tiende a un sentido identitario más particular y consistente. Ahora buscamos integrarnos en diferentes grupos, pero brillando con luz propia. Necesitamos destacar de alguna manera.
La generación Zeta -la posterior a los “milenials” (que son los jóvenes que se están integrando actualmente en el mundo laboral (aproximadamente entre los 20 y los 30 años de edad), se caracteriza para ser la generación de la selfi. Son jóvenes que han estado muy condicionados por el estallido de la comunicación virtual, las redes sociales y la búsqueda del reconocimiento en forma de like. Esta necesidad de la validación externa, los hace tremendamente sensibles y vulnerables a la opinión pública. Aquellos que caen compulsivamente en esta actitud, pueden sentir un vacío muy profundo cuando su entorno no les devuelve la valoración que necesitan.
Si a esto, además, le sumamos un vínculo débil con padres que tienen poca disponibilidad de tiempo, poco empáticos y estresados, el vacío de los hijos puede progresar en forma de depresión o en narcisismo, que no es más que la necesidad de ser el centro de atención de tu entorno. Una conducta narcisista, al final, tampoco es empática y le falta la capacidad de escuchar y conectar profundamente con los otros.
Los niños actuales, de la generación llamada Alfa (nacidos a partir del 2010, aproximadamente), están siguiendo un proceso de construcción de su identidad, un camino de individuación diferente a otras generaciones. La pregunta quizás que podríamos hacernos como padres es: ¿tendrán un buen autoconcepto y sabrán ser ellos mismos con respeto hacia la diversidad y empatía, o dependerán de la valoración externa y se harán adictos, convirtiéndose en egos “sélficos” y narcisistas? En gran medida, dependerá de la educación recibida y de los valores de que sus padres den ejemplo.
Un vínculo seguro (= disponibilidad + afecto + oportunidades) los ayudarán a construir una personalidad íntegra, valiente, generosa y respetuosa. Los jóvenes construirán la sociedad del futuro. Las semillas que sembramos los adultos ahora serán determinantes.