Hemos empezado un nuevo año y la Navidad ya es historia. Las fiestas navideñas son probablemente las más emotivas de todo el año. Las vivimos con gran alegría para reencontrarnos con aquellos que amamos, pero también con cierta tristeza por no poderlas compartir con aquellos que ya no están o nos gustaría que estuvieran. Tiempo de contrastes emocionales. Para algunos, es momento de volver a casa; pero otros, si pudieran, borrarían estas fechas del calendario. Es probable que el consumismo, que cada vez más las impregna, contribuya a este sentimiento de desagrado. Porque, sobre manera, hemos sustituido la esencia del solsticio de invierno y el renacimiento de la luz, por festines y compras sin límite. Por eso, a mucha gente, el vacío acompaña tanta “plenitud”.
Sí, efectivamente, Navidad es la fiesta religiosa que la Iglesia hizo suya la celebración ancestral del renacimiento del Sol. Porque es evidente que, si Jesús existió, no nació el 25 de diciembre. Pero como cada vez estamos más lejos de los ciclos de la vida y la naturaleza, hemos revestido estas fiestas de artificialidad y luces de colores. Efectivamente, Navidad es un periodo de luces y sombras, como el mismo ser humano, un individuo con sus claroscuros.
Muchos querrían saber cómo apartar tantas nubes grises de su cabeza, para que el corazón se llenara de alegría. Os lo diré con absoluta sinceridad: Este es un tiempo para agradecer. No sé si habéis hecho el ejercicio de mirar este año pasado con agradecimiento. Si pudiéramos mirar atrás con mirada agradecida y con la certeza de que cualquier, sí, cualquier acontecimiento es un regalo o una oportunidad para aprender, nuestro corazón se abriría como una flor. Dejar de agradecer y mirar con ojos de rencor, cierra el corazón y nos amarga la vida. La aceptación sana. La resistencia nos enferma. Muchas veces una pequeña mancha negra desluce toda una sábana blanca. Cómo decía Tagore, el poeta bengalí: a menudo los árboles no nos dejan ver el bosque.
No sé si nos han enseñado a agradecer lo suficiente. Considero que sería bueno hacerlo más a menudo. Un hecho es el que es, pero nosotros creamos la experiencia. Somos responsables de lo que sentimos, aunque lo más fácil es hacer responsables a los otros.
El agradecimiento nos lleva a la aceptación (que no es el mismo que la resignación). Y la aceptación a la alegría. La gratitud es una opción. Permitíos un año nuevo vivido desde el agradecimiento, la aceptación y la alegría. Mirad a vuestros hijos y a vuestros ancestros con estos ojos. Ciertamente, si los Reyes magos me tienen que traer algo, que sea mucho más de esto y que, de paso, se me lleven el orgullo y la ignorancia.