Estos días he tenido la oportunidad de hablar con varias maestras y profesoras de secundaria. Una circunstancia en que la mayoría coincide es la dificultad que tienen para conseguir que los alumnos presten atención en clase. A muchos jóvenes les cuesta mantener la atención, se sienten poco motivados y muestran una carencia de respeto considerable hacia sus compañeros y profesores. Los más osados incluso amenazan a los profesores y profesoras porque se consideran intocables y saben que la ESO la pasarán tanto sí como no, ya que repetir curso es una posibilidad que queda reservada para casos muy extremos. Reconducir estas conductas comporta mucha pérdida de tiempo en clase. Por otro lado, a los profesores cada vez más se los deja sin recursos disciplinarios (no pueden echar de clase a los alumnos) y acaban aprobando exámenes completamente deficientes por presión del mismo sistema educativo.
El panorama en la enseñanza no es esperanzador, ciertamente. Y es una lástima, porque en las escuelas estamos formando a los hombres y mujeres que dirigirán la sociedad en el próximo futuro, y a los padres y madres que criarán la siguiente generación.
Evidentemente que podemos mejorar el currículum en la enseñanza y los métodos pedagógicos. Al respecto, los profesionales denuncian constantemente carencia de recursos. Pero no podemos culpar a la administración y descuidar la responsabilidad que tenemos los padres en la educación de nuestros hijos. La dispersión es el opuesto a la atención y la concentración. ¿Cómo podemos ayudarlos a aumentar su capacidad de atención? Me gustaría poneros un ejemplo, extraído del mundo de la horticultura.
En el cultivo de muchas legumbres y hortalizas existe una práctica habitual y eficaz que es la tutorización de la planta, que consiste en guiar, mediante cañas u otros elementos verticales, su crecimiento. Esto aporta a las plantas grandes beneficios: receptividad de la luz y protección contra las inclemencias climatológicas. También aporta ventajas al campesino a la hora de cuidar o recoger el fruto. La carencia de tutores hace que la planta se disperse por tierra, cosa que dificulta el riego y provoca que los frutos se echen a perder más fácilmente.
Educar es un arte. Hay que saber mantener un buen equilibrio entre la libertad y la responsabilidad; la libertad que deseamos para nosotros y nuestros hijos, y la responsabilidad que implica compromiso, cooperación y respeto. Estos tres valores y sus conductas asociadas, los niños los tienen que aprender en casa, y lo harán si lo ven y se inspiran en sus padres. Esto implica poner límites y que los jóvenes aprendan a administrarlos. Así, cuando lleguen a la adolescencia y a la ESO, los docentes podrán centrarse en instruir, no en educar.